viernes, 13 de enero de 2012

Navidad

 Por: Juan Abel Angélico

Llueve…..a veces más fuerte a veces suave, se siente  en la piel esa extraña mezcla del fresco de la lluvia y el calor que se levanta del asfalto y su olor característico.
Nunca sucede en esta fecha, pero hoy si lo hizo como si  la naturaleza fuese caja de resonancia de mi estado de ánimo.
Hoy no es un día para estar solo y amargado, hay que estar en familia y feliz, yo voy a pasar con los míos. Salgo de casa y espero el colectivo media hora. Al subir en el, estoy yo solo y el chofer quién me habla  de que era la última vuelta y luego se marchaba a su casa donde lo esperaban su mujer y su hijos, creí escucharle decir algo de los regalos para sus nietos, comprados a última hora, yo ya no lo escuchaba en su monologo.
No quería escuchar a nadie, quise escaparme de esa charla monótona, entonces me baje en el centro, unas cuadras antes.
Al bajar del colectivo me invade el olor de las comidas que vienen de los hogares y la música, risas y bullicio de la gente, recordé navidades de viejos tiempos, entonces los envidié.
Empiezo a sentir frio y como es verano no llevo ningún abrigo, nuevamente pienso en la complicidad de la naturaleza.
Comienzo a caminar sin rumbo,  recorro las calles casi solitarias y húmedas, se escuchan algunos petardos, música lejana y la alegría de la gente que caminan presurosos, algunos  llevando paquetes otros botellas o envoltorios de comidas a sus hogares, algunos caminaban en silencio otros llevaban sus hijos en sus brazos, muchos con paraguas y con abrigos, cosa extraña el frio en verano.
A medida que me acercaba a las 12 de la noche la gente en la calle disminuía, intuí que todos estaban con sus familias disfrutando entre sí, y yo….. la antítesis,  caminando por esas calles solitarias, triste y solo, pero yo de alguna manera marchaba  al encuentro de los míos.
Sentía cada vez  más frio, era mi ropa mojada y el viento que soplaba, las pequeñas gotas de la llovizna se juntaba en mi pelo, como en una esponja y luego caían formando chorros continúo de agua que me mojaban el rostro y mis hombros, no me importaba.
Llegué al puerto, solitario ya, no habían más ni vehículos ni gente caminando, era todos silencio , interrumpido solamente por explosiones de petardos lejanos, continua caminando , ahora por la costanera, mire mi reloj ya marcaba las 23:57 , entonces me senté en el banco de siempre, saque de mi bolsillo un pequeño trozo de pan dulce, envuelto en un papel del diario del domingo, comí el primer  bocado al mismo tiempo que comenzaron a escucharse las interminables explosiones de pirotecnia y el cielo se iluminaba de luces multicolores, para los demás todo era alegría. Para mí también en cierta forma lo era, porque en ese momento, estaban conmigo los que no están, ellos acudían a la cita puntualmente todos los 24 de Diciembre a las 12 de la noche, como antaño lo hacían todos juntos, reunidos en esa gran mesa en la casa de la abuela.